“Vosotros que me veis decidme quién soy yo”.

Fito Cabrales

Somos seres sociales, por naturaleza y por el puro y maravilloso azar del universo.

Nos desarrollamos perteneciendo a diferentes grupos a lo largo de la vida, empezando por la familia y continuando por el colegio, el barrio, el deporte, el trabajo… y es en estas interacciones con los demás donde crecemos, disfrutamos, aprendemos, sufrimos, rivalizamos, satisfacemos necesidades… Nos vamos moldeando, cincelando a la imagen y semejanza de quienes nos rodean, nos aman y nos hieren, mientras encontramos nuestra forma propia.

En los grupos se pone en juego constantemente la identidad de cada uno

lo que supone una experiencia enriquecedora a la vez que salpicada de conflictos y sufrimientos. La vida es cambio y antítesis y el grupo lo refleja, cobrando además una identidad propia.

Ante dos caminos, una persona que sufre y necesita ayuda se decide, la mayoría de las veces, por el de la psicoterapia individual. El otro se escoge menos: está cubierto de maleza, pero lleno de huellas, de ruidos, de olores.

Para muchos la terapia de grupo impone más, da más miedo…

Y también lleva décadas funcionando maravillosamente bien, validada a través de años de experiencia clínica e investigación. Es clave para tratar una serie de problemas psicológicos, para gestionar un diverso rango de emociones y métodos de acción. Es una opción terapéutica en la que el proceso de desarrollo personal se realiza junto al de otras personas, aprovechando las situaciones y vivencias de cada miembro del grupo y su resonancia con las experiencias vitales propias.

Todo choca, todo se conecta, y todo es inspirador.

El grupo es un espacio privilegiado para el trabajo y la elaboración de temas muy importantes, y la perspectiva que emerge de una sesión es imposible de obtener de otra forma.

El espacio es único, las situaciones y su interconectividad lo son también. Se comparten las dificultades, vivencias, temores, anhelos… se exploran desde diferentes ópticas, trabajando sobre la propia experiencia y la relación con los otros. Porque el objetivo principal siempre es el mismo: la mejora en la relación con uno mismo y con los demás. Colaboran todos los miembros, mientras el terapeuta asume la responsabilidad clínica de cada uno, aparte de la del grupo en general.

¿Cuál es la magia de este sistema?

Que no sólo aprendes de ti mismo y de tus problemas, sino que actúas simultáneamente como “ayudante terapéutico” de los demás miembros de tu grupo. Creamos y crecemos juntos.

Sois (somos) todos para uno y uno para todos, si me perdonas la expresión.