Podemos definir las expectativas como ese conjunto de creencias, deseos, previsiones e ilusiones que cada uno de nosotros genera a partir de una serie de variables como la educación, nuestra personalidad, las experiencias previas, nuestras relaciones personales… En definitiva, es lo que nosotros esperamos de nosotros mismos. O lo que alguien espera de ti. Cuando no se cumplen, cuando no alcanzamos esa meta que nos hemos (o nos han) fijado, pueden generarse situaciones negativas para nuestra salud mental: la frustración, la desilusión, el bajón de autoestima.
Por eso, es importante seguir una serie de consejos que nos apartarán de ese estado general de insatisfacción. En primer lugar, sé responsable de tus decisiones.
Ponte retos, pero hazlos solo tuyos. No esperes la aprobación ni el premio de nadie. La implicación en cada acto de nuestra vida nos hará más dueños de nuestro destino.
No te sientas frustrado ni enfadado contigo mismo. Si las cosas no salen como las has planeado, el siguiente estado emocional es la resignación, que a su vez te lleva a sentirte como un mártir. Por eso es muy recomendable disociar el “quiero” del “debo”.
Muchas veces nuestras acciones, el modo en el que nos desenvolvemos en la vida está condicionado por una imagen externa que nos vemos “obligados” a satisfacer. Y que muchas veces no tiene que ver con lo que realmente queremos. No hay que tener miedo a decepcionar a otros. Tu vida depende solo de ti. Evita esperar reconocimiento y recompensas.
Vivir el aquí y el ahora, teniendo en cuenta no solo nuestros deseos, sino también nuestras limitaciones, hará crecer nuestro bienestar emocional. Las expectativas empujan hacia el futuro, y te atrapan en un momento que aún no ha llegado. Recuerda esta frase: la depresión es un exceso de pasado; la ansiedad, un exceso de futuro. Vive el presente. Disfruta con lo que haces ahora.
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