“¿Qué le sucede hoy a nuestro hijo?, no lo está haciendo nada bien, fíjate las veces que se ha equivocado…”, son palabras que suenan a muchos metros del protagonista. Parece imposible pensar que las pueda percibir. Y aun así, en algún momento y de algún modo, (de camino a casa tras la ducha, en una mirada mientras compite, o en el silencio tras una mala actuación) como lanzas proyectadas, llegan a su destino.

En ocasiones nos encontramos con familias que fantasean con el éxito de su hijo o hija y se esfuerzan en hacer todo lo posible para que lo logre. Es frecuente ver las continuas indicaciones para que actúe como ellos consideran; gritan o animan airadamente durante la competición, critican al árbitro o a las compañeras de su hija por no estar a la altura, celebran cada éxito como si de la final del mundial se tratara, etc. Mientras este tipo de experiencias se repiten cotidianamente, nuestra joven promesa, sin que nadie lo sepa, continúa inmersa en su batalla particular, ésa a la que desafortunadamente se enfrenta cada fin de semana cuando el árbitro hace sonar el pitido que da inicio a lo que debería ser un “juego”.

Nervios antes de escuchar la alineación, “si no juego de titular, pueden pensar que no soy suficientemente bueno”, agitación durante el partido “he vuelto a fallar, no sé hacer nada bien; tengo que hacerlo perfecto, mejor que los demás para que vean lo que valgo” y desasosiego al finalizar “qué estará pensando el entrenador?, y mi padre?, se que hoy no he estado muy acertado…”. Este proceso, que es un pequeño ejemplo de lo que se repite una y otra vez, puede convertirse en una pesada losa en el desarrollo del o la adolescente.

Lo que pretendía ser un espacio para el ocio, la diversión, la competición o el desarrollo en grupo, se convierte en una actividad hostil, en la que el joven o la joven no es capaz ni tan si quiera de disfrutar (objetivo principal en cualquier deporte a estas edades).

En muchas ocasiones los adolescentes se ven abocados a satisfacer necesidades familiares, quedando las propias relegadas a un segundo plano. “Podrías ser un gran jugador, incluso jugar en primera división, venga, tienes que entrenar fuerte”; cuando lo que quizás simplemente pretenda es PERTENECER al grupo de amigos que forman el equipo de baloncesto, fútbol o balonmano.

Fantasías relacionadas con el éxito, la competición al más alto nivel, son depositadas continuamente en jóvenes que aguardan la hora del entrenamiento o el partido para compartir tiempo con sus amigas en un contexto y de una forma diferente; no para trabajar duro y convertirse en deportistas profesionales que enorgullezcan a sus progenitores.

Se espera que los padres y madres, como figuras significativas para sus hijos e hijas, tengan el cuidado y la responsabilidad de que éstos crezcan lo más libres posible de deseos y necesidades impropias. Para que esto suceda, es necesaria la renuncia de las frecuentes ilusiones parentales de que su hijo o su hija destaquen a toda costa, o por qué no, de que llegue a ser un deportista de élite. Vemos que en muchos casos la ambición es de los progenitores y no del joven en cuestión, que simplemente acaba adaptándose a demandas externas.

Si los progenitores toman conciencia de este proceso interno en el que deseos propios son desplazados y “depositados” en el menor, podrán favorecer que el o la adolescente pase a ser un “agente activo” en su proceso de construcción, lo que a la postre contribuye sin duda, a una práctica deportiva más sana y ajustada.

Por otro lado, dado que el deporte es un medio fantástico para el desarrollo de los y las adolescentes, se antoja imprescindible que las familias también sean cuidadosas con el trato que brindan a la “estructura” que forma el grupo de jóvenes que lo practica.

En este caso, las compañeras de la protagonista no son piezas que pueden favorecer su éxito, sino significativas compañeras que viven un momento vital similar. Es necesario tener presente que el o la adolescente está inmerso en una fase del desarrollo muy compleja y de notable cambio. En ella, el grupo de iguales que forma su equipo, se convierte en figuras importantes con las que se identifica y en las que, sanamente y como lógico paso del proceso madurativo, deposita parte de la dependencia que previamente había confiado a las figuras parentales. Con esto quiero decir que es importante respetar el espacio que conforma el conjunto de adolescentes, procurando no resultar invasivos.

Es una fase en la que debe darse un reajuste relacional, y entre las tareas a las que deben enfrentarse los padres y madres está el paso progresivo de una relación Niño-Padre, a una relación Adulto-Adulto, aunque ésta permanezca siempre con un lazo de filiación.

La presencia parental en todo lo que concierne al ámbito deportivo, debiera ser diferente a la que fue anteriormente cuando la edad del niño o la niña era menor y requería un mayor seguimiento. Me refiero a que es posible que ya no vean con tan buenos ojos que se les vaya a ver a todas las actuaciones deportivas y prefieran que lo hagan otros amigos de la cuadrilla o del instituto; o tal vez ahora prefieran quedar con sus compañeras para hacer juntas el trayecto al partido; o empiecen a vivir con cierto asombro y vergüenza las manifestaciones fanáticas de apoyo de su familia en los partidos y los gritos críticos al colegiado.

Cabe decir, que todo lo mencionado tiene sentido, siempre y claro, que lo que queramos lograr sea el sano desarrollo del joven. Es cierto que si, como vemos en muchos casos a nuestro alrededor, lo que se pretende es crear “máquinas” de hacer goles o meter triples, el saludable proceso madurativo del joven deportista no merece ser tenido en cuenta.

Será importante que las familias sean conscientes del delicado y determinante momento evolutivo en el que están inmersos estos adolescentes. Una fase compleja sin duda, en la que más que posibilitar un escenario que genere los mejores resultados (en este caso deportistas de éxito), tal vez precisen de la creación de un espacio seguro, en el que crecer, compartir, ganar, perder o conocer la frustración, todo ello a través del proceso individual y grupal que ofrece la actividad física.

Quizás simplemente necesiten un ¿que tal estás?, o ¿cómo te lo has pasado hoy con tus amigos?, un brazo rodeando su espalda, acompañado de un efusivo no pasa nada cuando fallas, otra vez saldrá. Quizás lo que quieren es sentir la sensación de seguridad que les da el hecho de saber que suceda lo que suceda durante su actuación, su madre y su padre van a estar para él incondicionalmente. Porque al fin y al cabo, aunque los adultos quizás lo hayamos olvidado con el tiempo, el partido más importante no es el que se disputa en el campo de fútbol o de baloncesto, sino el que día a día se da en su casa, instituto o barrio.

Joseba Moreno – Psicólogo

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