Controlar nuestra ira

La ira es una reacción de nuestras emociones que puede desencadenarse por muchas causas: cuando nos encontramos ante una situación que creemos injusta, o una persona que nos irrita profundamente. También como consecuencia de sentimientos de envidia, miedo, inseguridad…. Su incidencia sobre el estado físico y/o mental de la persona también varía en función de la intensidad con que es presente. Puede ser un simple pequeño disgusto, o en cambio traducirse incluso en violentos ataques de rabia o furia. Sea como fuere, conviene seguir una serie de consejos para controlarla.

  • Afrontar el problema. Primero tenemos que ser conscientes de que estamos presos de un sentimiento negativo que afecta a nuestra conducta, e incluso en ocasiones puede que a nuestra salud. Y hay que ir al origen del problema. Preguntarnos qué es lo que ha desencadenado esa reacción (una persona, una situación…). Muchas veces tendremos la necesidad de hablar del tema con otra persona. No tengamos miedo a ello.
  • Racionalizar nuestros sentimientos. Es decir, pensar en si nuestro sentimiento de ira está justificado. Si realmente podemos hacer algo frente a esa situación que ha activado el botón de la rabia. Y darnos cuenta de que en determinados momentos esa explosión de ira puede entrañar riesgos. El ejemplo más claro, cuando estamos al volante. Meditar sobre la causas que nos han metido en esa espiral negativa puede resultar de mucha ayuda.
  • No es una cuestión de perdedores/ganadores. No siempre (en realidad, muchas veces) las cosas salen como uno quiere. Pero eso no debe llevarnos a caer en la trampa de perdedores/ganadores cuando no hemos alcanzado un objetivo que nos hemos propuesto. La vida no es una competición, ni contra nosotros mismos, ni contra terceras personas. Como mejor remedio a todo esto encontramos una palabra mágica: empatía, que es la marca de agua de aquellas personas capaces de controlar sus emociones, tolerar su frustración y encajar los reveses de la vida con, por qué no decirlo, deportividad.
  • Descansar o coger vacaciones. Muchas veces los accesos de ira se producen en un contexto de cansancio y agotamiento físico y/o mental. Por eso es conveniente proveernos de un buen descanso. En primer lugar, durmiendo las horas que necesitamos (la cantidad varía en función de la persona). Además, podemos intentar huir de la rutina marchándonos un fin de semana a algún sitio distinto, disfrutar de la naturaleza en lugares que no solemos frecuentar…. O, en la medida que sea posible, tomarnos unos pocos días de vacaciones.
  • Técnicas de relajación. Hoy en día disponemos de numerosas técnicas de relajación para controlar nuestras emociones y pensamientos, y no dejar que sean ellos quienes nos dominen: el yoga, el tai-chi, el ‘mindfullness’…. Como remedio más urgente y básico, tenemos la respiración, ese ancla que nos fija al momento, y nos proporciona serenidad y autocontrol. También resulta muy recomendable practicar algún ejercicio físico.
  • Ayuda profesional. Aunque a veces cueste dar ese paso, la ayuda de un profesional acreditado es muchas veces la vía más eficaz y contundente para mejorar nuestra estabilidad emocional. Sobre todo cuando vemos que todo lo anterior no ha surgido efecto y que estamos atrapados de forma demasiado frecuente por la ira u otros sentimientos negativos.

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